miércoles, mayo 30, 2007

Amor absoluto


Blonde Redhead - 23 - 23 (4AD, 2007)

lunes, mayo 28, 2007

Libros inagotables / Hilarotragoedia (I)

Hay libros inagotables, en cuanto que son puertas de acceso a otros mundos, a geografías literarias cuya verdadera dimensión se extiende más allá del espacio comprendido entre la primera y la última línea escrita, más allá de los hechos contenidos en el propio relato (si es que el relato, de existir, tiene alguna relevancia). Libros que con el tiempo nos invitan a retornar a sus páginas, a atravesar el portal que nos ofrece el lenguaje e internarnos de nuevo en el otro lado. Regresamos porque el texto nos acoge con la calidez de los lugares familiares; porque poco a poco se torna casi como un segundo hogar, un refugio íntimo del intelecto; pero también volvemos porque siempre cabe la posibilidad de seguir explorando, de descubrir, de sorprenderse; de admirar pasajes ya conocidos desde nuevas perspectivas; de comprobar, a través de la evolución de nuestra mirada de lector, cómo el tiempo nos va cambiando.

Mi "libro infinito" preferido es Las ciudades invisibles, de Italo Calvino; dentro de esta categoría, también incluiría entre mis predilecciones Walden, de H.D. Thoreau; el retorno a estas obras es siempre gratificante, siempre enriquecedor.

Acabo de leer la Hilarotragoedia de Giorgio Manganelli. Aunque está lejos de ser una obra acogedora (al menos, en el sentido convencional de la palabra), intuyo que no tardaré en incorporarla a mi colección de libros periódicamente revisitados. Las páginas de la Hilarotragoedia definen de forma sublime un universo intelectual único, de posibilidades ilimitadas: un inmenso y oscuro bosque literario, un laberinto de palabras sorprendentes e improbables, una prodigiosa máquina lingüística construida a base de socarronería, obscenidad y genialidad; una espiral descendente hacia lo más bajo del ser, lo ínfimo, lo no narrable; un libro que sólo puede acabar como acaba: asomado al abismo, dos puntos suspendidos sobre la nada.


"Los hombres viven una fácil vida agramatical y anacolútica; a mí se me ha impuesto la consciencia sintáctica. ¡De cuáles indulgencias dialectales están hechos tus días, lector! Pero yo soy un exigente purista. Mis horas siempre han estado declinadas según las leyes de una vejatoria y privilegiada morfología". (G. Manganelli, Hilarotragoedia. Ed. Siruela, 2006. La foto está tomada de aquí)