Salvador Pániker, en "Aproximación al origen":
"Hoy sabemos que no "vemos" las cosas directamente. Es el espíritu/cerebro (mind) quien representa la realidad al cabo de un proceso de codificación y traducción. Esta conciencia de los "modelos" interpuestos es la responsable del clima de "idealismo" que nos tiene a todos tan desasosegados. La tentación es el nihilismo, o, en el otro extremo, el totalitarismo simplificador (el que finge recuperar simbólicamente la realidad perdida). Ocurre que cuando la realidad se hace mera representación, y la representación siempre es simbólica, se produce un síndrome de "irrealidad". Es la frustación que procede de sustituir los intercambios reales por los intercambios simbólicos."
Y Calvino, en "Mundo escrito y mundo no escrito":
"Este mundo que veo, lo que suele reconocerse como el mundo, se abre ante mis ojos -al menos en gran parte- ya conquistado y colonizado por las palabras; un mundo que lleva encima una pesada costra de discursos. Los actos de nuestra vida ya están clasificados, juzgados y comentados incluso antes de producirse. Vivimos en un mundo en el que todo ha sido ya leído antes incluso de comenzar a existir.
No se trata sólo de lo que vemos; nuestros propios ojos están saturados de lenguaje escrito. El hábito de leer transformó a lo largo de los siglos al Homo sapiens en Homo legens, pero no está claro que el Homo legens sea más sabio que antes."
El "problema" que analiza Pániker, y que de alguna forma se asoma también al texto de Calvino, viene a ser la incapacidad del hombre (occidental) para aprehender la realidad sin mediación de ningún sistema de codificación. Nuestra forma de experimentar e interpretar el mundo que nos rodea lleva implícito el establecimiento de una insalvable fisura entre el observador y lo observado, entre el sujeto y la realidad en la que vive, entre hombre y naturaleza, una fisura que se manifiesta en el lenguaje, en la inevitable conceptualización de todo lo que nos rodea. Independientemente de las innegables ventajas adaptativas que supone esta forma de aproximación a la realidad, no podemos ignorar las contrapartidas que lleva asociadas. Entre ellas, la incapacidad para asumir la aplastante multiplicidad, la infinitud de una realidad en esencia inabarcable. Como consecuencia de esto, corremos siempre el riesgo de caer en la tentación que representan ciertas doctrinas y sistemas de pensamiento totalizadores, mentiras anestesiantes que nos hacen más soportable tanto la intolerable inmensidad de lo que nos rodea como la cruel intrascendencia de nuestra existencia; creencias religiosas pero también mitologías profanas. En ambos casos, el lenguaje es siempre la trampa. ¿Alguna posibilidad de escape, alguna salida a este laberinto? La solución, según Pániker, sería ejercitar una cierta capacidad mística (lo místico entendido como experiencia pura de lo real); un misticismo, eso sí, perfectamente compatible con nuestro racionalismo crítico. De ahí el interés actual por ciertas filosofías orientales, y entre ellas, la gran atracción que el budismo ejerce sobre la mentalidad occidental.
Borges, en "¿Qué es el Budismo?", sobre el budismo zen:
"Nuestros hábitos mentales obedecen a los conceptos de sujeto y de objeto, de causa y efecto, de lo probable y de lo improbable y a otros esquemas lógicos que nos parecen evidentes; la meditación, que puede exigir muchos años, nos libra de ellos y nos prepara para ese súbito relámpago: el satori.
Desconfiar del lenguaje, de los sentidos, de la realidad del pasado propio o ajeno y aun de la existencia del Buddha, son algunas de las disciplinas que debe imponerse el adepto. En ciertos monasterios, las imágenes del Maestro de utilizan para alimentar el fuego; las escrituras sagradas se destinan a fines innobles (...)
(...) Para provocar el satori el método más común es el empleo del Koan, que consiste en una pregunta cuya respuesta no corresponde a las leyes lógicas."
En "El Pabellón de Oro", Mishima expone este famoso Koan (como no consigo encontrarlo en el libro, lo tomo de aquí):
"En el monasterio de Nansen, en una ocasión, los monjes del Pabellón Oriental disputaron con los del Pabellón Occidental por la posesión de un gato. El maestro detuvo el tumulto al atrapar al animal. Alzó luego al pequeño felino frente a los monjes. Entonces, anunció: "Si alguien puede decir algo que salve al pobre animal, lo dejaré ir". Nadie expresó ninguna afirmación que pudiera salvar a la desdichada criatura. Entonces, el maestro partió en dos a su prisionero. Luego, llegó el maestro Joshu. Nansen le comentó los hechos y le preguntó qué hubiera dicho para salvar al pequeño y frágil pariente del tigre. Joshu se despojó de sus sandalias y las colocó sobre su cabeza. Nansen comprendió, y aseguró: "Si en este momento hubieses estado aquí, habrías salvado al gato."
¿Somos capaces de superar la inercia de milenios y suprimir, aun por un mero instante, el rígido esquema lógico que utilizamos para interpretar la realidad?