jueves, diciembre 27, 2007

Goma arábiga y tinta china

1) Papá Noel me trajo un precioso libro en blanco, encuadernado a mano. Tengo guardado por ahí algún que otro cuaderno en blanco, comprado o preparado cuidadosamente por algún ser querido. Siempre me da miedo estropear estos cuadernos con escritos inútiles o dibujos fallidos. Este temor puede derivar, al menos en parte, del abuso del ordenador: uno se acostumbra a modificar, borrar, cortar, pegar, corregir los textos o las imágenes a golpe de ratón, hasta que adquieren más o menos la forma deseada. Sobre el papel, cada palabra, cada trazo, cada acto es definitivo. Hay algo de vértigo en esa idea. En esto, escribir en un cuaderno se parece a la vida.

En el fondo, el miedo al papel es una consecuencia directa de mi inseguridad. Una vez comencé a escribir en uno de estos cuadernos. Cada vez que revisaba un texto y llegaba a la conclusión de que no era lo suficientemente valioso, arrancaba las hojas. Al cabo de un tiempo me di cuenta de que al cuaderno sólo le quedaban un puñado de páginas. Las que tenían algo escrito sólo estaban esperando una futura e inclemente revisión; un poco más tarde, inevitablemente, las páginas todavía en blanco correrían la misma suerte.

El cuaderno es, como apuntaba, una metáfora de la vida. Una metáfora algo tonta, o cursi, quizá demasiado fácil; pero aún así efectiva. Podría eliminar de mi vida aquellos días que no considero perfectos, arrancar el recuerdo de mis actos como si fueran hojas. Si soy excesivamente severo, al final me quedaría tan solo con las tapas del cuaderno. La vida es necesariamente imperfecta, sucia, llena de borrones, tachones. Uno va aprendiendo a valorar todas esas incorrecciones como la materia prima que da forma a nuestras horas. El error (su acumulación) es necesario para que, de vez en cuando, surja un destello de perfección. No es un secreto el hecho de que, a menudo, un error fortuito encierra una mayor belleza, una mayor felicidad, que la más perfecta ejecución de una idea. La propia noción de lo perfecto comienza a parecerme algo sospechosa.

Digo todo esto para justificarme o para animarme: voy a empezar a utilizar los cuadernos, y no voy a arrancar las páginas. A uno le gustaría que la metáfora funcionase también de forma inversa: que cambiar la actitud ante la hoja de papel significase cambiar la actitud ante la vida. Las navidades son fechas propicias para imaginar grandes cambios y hacer promesas absurdas; por tanto, será mejor no dejarse llevar en exceso por lo simbólico, y centrarse en lo inmediato: tengo los lápices, los rotuladores, y he comprado un bote de goma arábiga... Estoy listo para mancharme.

2) La goma arábiga es para hacer collages. Recortar y pegar, como en el colegio. A veces encuentro por ahí imágenes o cosas que me atraen y que me apetecería conservar, o darles un nuevo sentido. Me gusta, por ejemplo, el cuaderno de Camilla Engman:



3) Recuerdo que en mi casa, cuando era pequeño, había goma arábiga y tinta china. Las utilizaban mis hermanos. Hay algo realmente magnífico en esos nombres: el propio acto de dibujar o de pegar adquiere connotaciones de viaje a lugares remotos.

Creo que voy a comprar un bote de tinta china. Quizá pueda adoptar a un mono de la tinta:

"Este animal abunda en las regiones del norte y tiene cuatro o cinco pulgadas de largo; está dotado de un instinto curioso; los ojos son como cornalinas, y el pelo es negro azabache, sedoso y flexible, suave como una almohada. Es muy aficionado a la tinta china, y cuando las personas escriben, se sienta con una mano sobre la otra y las piernas cruzadas esperando a que hayan concluído y se bebe el sobrante de tinta. Después vuelve a sentarse en cuclillas, y se queda tranquilo."

(Wang Ta-Hai, 1791; tomado de "El libro de los seres imaginarios" de Borges y Margarita Guerrero)

jueves, diciembre 13, 2007

París

Se va yendo, lentamente, el otoño; tras de él queda un rastro agridulce: hubo momentos buenos, pero también muchas horas muertas y una pesada capa de melancolía que lo cubría todo. Si tuviera que rescatar una única cosa de todo lo sucedido en estos meses, me quedaría con los fines de semana pasados en París con mi querida Martita.


Me quedo con las cenas que preparaba Martita en su buhardilla de 10 metros cuadrados, y que me reconfortaban después de más de siete horas de autobús; pero también con los paseos nocturnos por Sant Germain, los escaparates de Le Marais, la pequeña librería española, las tartas de chocolate en Au Lys d'Argent, ese vino "luchador"...


Hago mías las palabras de Zach Condon, el cantante y alma del grupo Beirut: "Once we got there, we kept trying to go to other places, but we didn't feel like traveling so much as being in Paris".


... pero a esa sensación de viaje, de descubrimiento continuo, de lugar inagotable, hay que sumarle un aire de familiaridad, extrañamente acogedor.


Las fotos las pone Martita; la música, claro está, Beirut.

miércoles, diciembre 12, 2007

Indeterminacy

Vía Pitchfork, reencuentro una magnífica página web dedicada a John Cage: Indeterminacy. La descubrí hace tiempo, me fascinó, y luego la olvidé. Podría haberla guardado en la carpeta de favoritos, pero probablemente su destino hubiera sido el mismo: casi nunca reviso los favoritos; cuando se acumulan demasiados, borro la lista.

Eddie Kohler, responsable de Indeterminacy, explica el contenido de la página:

"John Cage was an American composer, Zen buddhist, and mushroom eater. He was also a writer: this site is about his paragraph-long stories – anecdotes, thoughts, and jokes. As a lecture, or as an accompaniment to a Merce Cunningham dance, he would read them aloud, speaking quickly or slowly as the stories required so that one story was read per minute.

This site archives 190 of those stories. Each story is spaced out, as if it were being read aloud, to fill a fixed area. If you like, you can also read them aloud at a rate of one a minute."


Un ejemplo:

A young man in Japan arranged his circumstances
so that he was able to travel to a distant island
to study Zen with a certain Master for a
three-year period. At the end of the three
years, feeling no sense of accomplishment,
he presented himself to the Master and
announced his departure. The Master said,
“You’ve been here three years. Why don’t
you stay three months more?” The student agreed,
but at the end of the three months he still
felt that he had made no advance. When he
told the Master again that he was leaving,
the Master said, “Look now, you’ve been here
three years and three months. Stay
three weeks longer.” The student did, but
with no success. When he told the Master
that absolutely nothing had happened, the
Master said, “You’ve been here three years,
three months, and three weeks. Stay
three more days, and if, at
the end of that time, you have not
attained enlightenment, commit
suicide.” Towards the end of the
second day, the student was enlightened.

En su conjunto, las historias forman un curioso collage de filosofía zen, teoría musical, micología, anécdotas y recuerdos, todo ello regado con el sentido del humor y la vitalidad desbordante de Cage. Su lectura no sólo nos permite conocer la atractiva personalidad de uno de los compositores más influyentes del siglo XX, también nos ayuda a interpretar y entender su obra musical. La página está diseñada de tal forma que las historias se muestran aleatoriamente (no podía ser de otra forma); pulsar el botón para que aparezca la siguiente historia se puede convertir en una tentación difícilmente evitable, casi una adicción.