Heartland
Acabó el curso de verano que un lejano día de enero decidí organizar junto con mi pequeña Martita, y que tantos quebraderos de cabeza nos ha traído desde entonces. La cosa ha culminado finalmente con una semana de agobios, de carreras, de falta de sueño; pero también de pequeñas satisfacciones, nuevos amigos y una renovada ilusión por el trabajo. Para compensar, un fin de semana dedicado exclusivamente a comer, dormir y pasear. Ahora toca la vuelta a la rutina, lo que incluye también, como no, la vuelta al blog, a las lecturas pendientes, a la música, a los proyectos infinitamente aplazados...
Es tarde. Cansancio y acumulación de pensamientos. De alguna forma, los últimos días marcan un punto de inflexión. Me invade un extraño sentimiento. Quizá se pueda definir como nostalgia, unida a una cierta sensación de empuje, de avance. Voy dejando algo atrás: a lo mejor es ese conjunto de miedos y temores al que me había acostumbrado demasiado, hasta el punto de convertirse en una parte inalienable de mi ser; avanzo, algo menos inseguro que ayer, hacia algún sitio difuso y resplandeciente. Acaso la paz dorada y la ingenua alegría de las viejas tardes de verano...
Las palabras no acuden en mi ayuda; recurramos a la música:
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