jueves, octubre 25, 2007

La memoria, la placidez

1) Vuelvo unos días a Sevilla. Hablo con mi madre; de muchas cosas: la comida holandesa, el precio de la vivienda, los asuntos del barrio; también de política, y de los comentarios de ciertos políticos, y por supuesto de aquél periodo de extrema placidez que yo no llegué a conocer, pero que para ella es una parte indisociable de su vida. Las personas estamos constituidas de sueños y de recuerdos; a medida que la edad avanza, los recuerdos van ocupando lentamente el hueco de los sueños; al final somos poco más que un recipiente repleto de memoria. La edad de mi madre hace que, aun manteniendo vivos ciertos sueños, vuelva con frecuencia la mirada al pasado.

Mi madre nació en el 37, en Extremadura; su memoria abunda por tanto en imágenes de la época de la placidez extrema: son los recuerdos de su infancia y retorna a ellos, se diría, con total naturalidad. Hablamos largamente sobre aquellos tiempos, y me cuenta, entre tantas otras cosas, de cómo unos guardias civiles mataron a un chico de 18 años, en la plaza del pueblo, delante de la iglesia del Cristo; en sus incursiones nocturnas, el chaval había conseguido hacerse con algunas bellotas y un haz de tarama para calentarse; vivía solo con su madre; el hermano era maqui. El cuerpo quedó tendido allí, sin vida, en medio de la plaza, como una señal o un aviso o una siniestra provocación. Era, como no podía ser de otra manera, una mañana de extrema placidez: la lluvia y el miedo ahogaban el llanto y el odio de los que contemplaban en silencio, inmóviles, la escena.

2) Aprovecho estos días en Sevilla para estar con mi padre. Mi padre tiene Alzheimer. Las personas estamos constituidas de sueños y de recuerdos; a medida que la edad avanza, los recuerdos van ocupando lentamente el hueco de los sueños; al final somos poco más que un recipiente repleto de memoria. A veces algo hace que ese recipiente se vaya vaciando poco a poco; quizá una pequeña fisura en sus paredes propicia que los recuerdos vayan escapando sin pausa; o puede suceder que sean los propios recuerdos los que se desvanezcan, que se difuminen hasta quedar reducidos a una nada borrosa. Creo que los antiguos griegos, tan dados a imaginar castigos divinos, no fueron capaces de elaborar un destino tan cruel.

Afortunadamente, en el caso de mi padre la enfermedad avanza lentamente. Él parece feliz, tranquilo, mantiene siempre un carácter apacible y buen humor, y eso es todo lo que podemos pedir. Hay, no obstante, algo terrible en el fondo de esta placidez. ¿Acaso no es una falsa placidez, una ilusión propiciada por el distanciamiento progresivo de la realidad, por la anulación de los recuerdos...?

2 Comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre que te leo, no sé si ya te lo comente, siento un tranquilidad increíble. Esto es un remanso, qué necesario.

Espero que todo resulte bien. Un abrazo.

Jesús S. dijo...

Gracias, Juanjo.