Contra todo pronóstico, a estas alturas de partido seguimos viviendo en un mundo fundamentalmente religioso. Es fácil pasar por alto esta realidad, perder la perspectiva de lo que sucede ahí fuera cuando uno vive en un entorno, si no agnóstico, cuanto menos bastante relajado en lo que respecta a las creencias religiosas. Para situarnos, lo mejor es recurrir a las estadísticas, por ejemplo como las que recoge Marina en su "Dictamen sobre Dios":
"Con diferentes intensidades personales, dos mil millones de personas se declaran cristianos, mil millones musulmanes, setecientos cincuenta millones hindúes, trescientos cincuenta millones budistas, doscientos cincuenta millones siguen religiones tribales, otros veinte son sijs, otros veinte taoístas, otros quince judíos."
No tengo ganas de echar cuentas, pero mucho me temo que a los ateos y agnósticos nos corresponde un porcentaje bastante pequeño de la población mundial. Ni siquiera somos un porcentaje demasiado representativo en ese santuario de la razón que supuestamente es el mundo occidental. Valga un ejemplo: en Estados Unidos las encuestas señalan que en un 87% de la población nunca pondría en duda la existencia de Dios, mientras que los ateos representan menos de un 10% del total. Probablemente en Europa la cifra de descreídos sea algo más elevada pero, en cualquier caso, seguimos siendo relativamente pocos: una minoría silenciosa, fundamentalmente respetuosa (al menos en público) con los que creen en la existencia de una realidad divina; un selecto colectivo de personas que gustan de reunirse de vez en cuando en pequeños grupos de iniciados para, al calor de unas copitas de tinto, hacer chascarrillos a costa de ese señor barbudo en bata blanca que vive en una nube y se irrita ante la sola mención de palabras como "homosexual", "preservativo" o "estatut"...
No obstante, algo parece estar cambiando dentro de esta pequeña gran minoría. En los últimos tiempos se puede percibir el despunte de un cierto "orgullo ateo", o incluso de lo que se podría denominar un "ateísmo militante". Esta movilización de los no creyentes vendría a dar respuesta a una serie de procesos más o menos alarmantes: el auge global de los fundamentalismos (de un signo u otro) y de los conflictos basados, al menos en parte, en la confrontación religiosa; la intromisión de la fe en cuestiones estrictamente científicas, sobre todo en lo que respecta a la evolución de las especies y el origen de la vida; o el intento por parte de las religiones de ejercer un monopolio absoluto sobre conceptos como la vida o la familia en el seno de algunos debates políticos de máxima actualidad (nuevos modelos de organización familiar, derecho a una muerte digna, aborto, investigación con células madre).
¿Debe el mundo científico permanecer callado ante estas cuestiones? ¿Podemos aceptar en pleno siglo XXI que los argumentos de los creacionistas son tan respetables como las pruebas científicas aportadas por los biólogos evolutivos? ¿Es razonable dejar que mitos suficientemente desmontados por la ciencia se utilicen como arma política o actúen como freno para el ejercicio de determinados derechos? Uno de los núcleos duros desde los que se fomenta este debate es Edge, un foro de científicos y pensadores de primer orden, entre los que se encuentran ateos ilustres y combativos como Richard Dawkins ("The God Delusion") o Sam Harris ("The End of Faith", "Letter to a Christian Nation").
Como botón de muestra, enlazo el último artículo que ha escrito Sam Harris para Edge y que, bajo el título de "10 mitos y 10 verdades sobre el ateísmo", rebate inteligentemente muchas de las acusaciones infundadas que con cierta periodicidad sufrimos los ateos. Ya saben: somos arrogantes, fundamentalistas, básicamente amorales, incapacitados para el desarrollo de cualquier tipo de espiritualidad, etc. Me gusta especialmente la forma en que el autor responde a la afirmación de que el ateísmo es dogmático (despropósito últimamente muy apreciado por ciertos sectores ideológicos patrios):
Jews, Christians and Muslims claim that their scriptures are so prescient of humanity's needs that they could only have been written under the direction of an omniscient deity. An atheist is simply a person who has considered this claim, read the books and found the claim to be ridiculous. One doesn't have to take anything on faith, or be otherwise dogmatic, to reject unjustified religious beliefs. As the historian Stephen Henry Roberts (1901-71) once said: "I contend that we are both atheists. I just believe in one fewer god than you do. When you understand why you dismiss all the other possible gods, you will understand why I dismiss yours."
Más claro imposible. Corro a tatuarme la frase del señor Roberts en alguna parte bien visible de mi anatomía. Ya cansa gastar tanta saliva con el mismo tema.