lunes, junio 04, 2007

Colección de aire (I): de la desaparición de la bella dama Egeria

¿Existe un destino más formidable que desaparecer entre las páginas de un libro? Tal fue lo que aconteció a la dama Egeria, amada del caballero bizantino Kosmas, si hemos de creer a Joan Perucho: pero cómo no creer una historia tan bella. Se podrá aducir que se trata en realidad de una metáfora; que hay muchas formas de ser atrapado, simbólicamente, por la literatura, o incluso por la lectura de un texto religioso como en el caso de Egeria. Qué duda cabe de que hay libros que absorben, que marcan, que transforman al lector. No obstante, no es esto lo que Perucho nos cuenta: la desaparición de la dama Egeria, si fuera metáfora, sería pura imagen: es inútil buscar un significado a la altura de esa ilusión, un sentido que no mate la poesía de esa eidola.

Así transcurre la historia: Kosmas conoce a la dama española Egeria en el transcurso de una de sus innumerables aventuras; la dama y el caballero se enamoran, pero la felicidad dura poco: pronto Egeria desaparece misteriosamente mientras lee la Didaché en su habitación, en compañía de una cigüeña mecánica amarilla y verde. Desesperado por la pérdida de la amada, Kosmas huye al desierto con objeto de cumplir penitencia. Allí se instala en lo alto de una columna; tiene como vecino a San Simeón el estilita, con quien mantiene eruditas conversaciones sobre teología; escribe varias vidas de santos; se alimenta de dátiles y agua de lluvia. Al cabo de dos años, Kosmas abandona el desierto y vuelve a la Península para reanudar la búsqueda de Egeria. Sus indagaciones no producen ningún fruto. El caballero se instala finalmente en Sevilla, donde se coloca como secretario de San Isidoro. En esta ciudad mantendrá un enfrentamiento con el diablo Arnulfo, del que saldrá victorioso con un admirable discurso sobre las virtudes teologales.

Kosmas vive después muchos años, sin envejecer; a pesar de ello, un día siente que ha llegado su hora. En el lecho de muerte, recibe un correo de Zaragoza: es un libro; el caballero ordena que lo abran: en el margen de una de las páginas encuentra a Egeria, bordando rosas azules en un bastidor; la dama le sonríe con lágrimas en los ojos; a sus pies, la cigüeña mecánica repite incansable “Kyrie eleison”.

“Kosmas besó el libro y luego, quedamente y en silencio, expiró”.


NOTA 1: Tomado del relato "La bella dama Egeria", de Joan Perucho.

NOTA 2: Más sobre desaparciones literarias, en Colección de aire: a modo de prólogo

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