Goma arábiga y tinta china
1) Papá Noel me trajo un precioso libro en blanco, encuadernado a mano. Tengo guardado por ahí algún que otro cuaderno en blanco, comprado o preparado cuidadosamente por algún ser querido. Siempre me da miedo estropear estos cuadernos con escritos inútiles o dibujos fallidos. Este temor puede derivar, al menos en parte, del abuso del ordenador: uno se acostumbra a modificar, borrar, cortar, pegar, corregir los textos o las imágenes a golpe de ratón, hasta que adquieren más o menos la forma deseada. Sobre el papel, cada palabra, cada trazo, cada acto es definitivo. Hay algo de vértigo en esa idea. En esto, escribir en un cuaderno se parece a la vida.
En el fondo, el miedo al papel es una consecuencia directa de mi inseguridad. Una vez comencé a escribir en uno de estos cuadernos. Cada vez que revisaba un texto y llegaba a la conclusión de que no era lo suficientemente valioso, arrancaba las hojas. Al cabo de un tiempo me di cuenta de que al cuaderno sólo le quedaban un puñado de páginas. Las que tenían algo escrito sólo estaban esperando una futura e inclemente revisión; un poco más tarde, inevitablemente, las páginas todavía en blanco correrían la misma suerte.
El cuaderno es, como apuntaba, una metáfora de la vida. Una metáfora algo tonta, o cursi, quizá demasiado fácil; pero aún así efectiva. Podría eliminar de mi vida aquellos días que no considero perfectos, arrancar el recuerdo de mis actos como si fueran hojas. Si soy excesivamente severo, al final me quedaría tan solo con las tapas del cuaderno. La vida es necesariamente imperfecta, sucia, llena de borrones, tachones. Uno va aprendiendo a valorar todas esas incorrecciones como la materia prima que da forma a nuestras horas. El error (su acumulación) es necesario para que, de vez en cuando, surja un destello de perfección. No es un secreto el hecho de que, a menudo, un error fortuito encierra una mayor belleza, una mayor felicidad, que la más perfecta ejecución de una idea. La propia noción de lo perfecto comienza a parecerme algo sospechosa.
Digo todo esto para justificarme o para animarme: voy a empezar a utilizar los cuadernos, y no voy a arrancar las páginas. A uno le gustaría que la metáfora funcionase también de forma inversa: que cambiar la actitud ante la hoja de papel significase cambiar la actitud ante la vida. Las navidades son fechas propicias para imaginar grandes cambios y hacer promesas absurdas; por tanto, será mejor no dejarse llevar en exceso por lo simbólico, y centrarse en lo inmediato: tengo los lápices, los rotuladores, y he comprado un bote de goma arábiga... Estoy listo para mancharme.
2) La goma arábiga es para hacer collages. Recortar y pegar, como en el colegio. A veces encuentro por ahí imágenes o cosas que me atraen y que me apetecería conservar, o darles un nuevo sentido. Me gusta, por ejemplo, el cuaderno de Camilla Engman:
3) Recuerdo que en mi casa, cuando era pequeño, había goma arábiga y tinta china. Las utilizaban mis hermanos. Hay algo realmente magnífico en esos nombres: el propio acto de dibujar o de pegar adquiere connotaciones de viaje a lugares remotos.
Creo que voy a comprar un bote de tinta china. Quizá pueda adoptar a un mono de la tinta:
"Este animal abunda en las regiones del norte y tiene cuatro o cinco pulgadas de largo; está dotado de un instinto curioso; los ojos son como cornalinas, y el pelo es negro azabache, sedoso y flexible, suave como una almohada. Es muy aficionado a la tinta china, y cuando las personas escriben, se sienta con una mano sobre la otra y las piernas cruzadas esperando a que hayan concluído y se bebe el sobrante de tinta. Después vuelve a sentarse en cuclillas, y se queda tranquilo."
(Wang Ta-Hai, 1791; tomado de "El libro de los seres imaginarios" de Borges y Margarita Guerrero)